viernes, 18 de junio de 2010

Cortocircuito sociológico

Hará aproximadamente un mes, una amiga, compañera de la facultad, y yo presenciamos una situación a la que a mi entender podría llamarse de tensión sociológica. Tomamos el subte en Facultad de Medicina como siempre y cuando ya habían pasado un par de estaciones, una familia se sube al vagón donde viajábamos. Esta estaba compuesta por una madre y tres hijos si mal no recuerdo ahora. La mujer estaría rondando los cuarenta y tantos años y los hijos tendrían entre seis y once o doce años aproximadamente. La edad de la madre me era difícil de descifrar (como sabrán quienes me conocen era aún más difícil para mí). Su rostro mostraba señales de abatimiento, de haber pasado una vida dura. Era de relativamente corta estatura y un relativo sobrepeso. Cabello y piel oscuros. Ropa deportiva pero evidentemente no original y por consiguiente no demasiado cara. Los pibes se parecían físicamente a la madre -relación que en realidad estoy asumiendo- aunque estos eran muy delgados. Si mal no recuerdo el más chiquito llevaba guardapolvo blanco, tendiendo a gris. La verdad es que, además, olían un poco. No un olor muy fuerte, pero algo desagradable, que hacían presumir que los lugares por los que habían estado no eran exactamente muy higiénicos. No podría precisar si provenía de uno o de todos. No es del todo relevante. Habían subido con bolsas que parecían tener comida: fruta y algunos paquetes más cuyo contenido no alcancé a distinguir o no recuerdo. Se pusieron a comer, mientras charlaban entre ellos, algo de lo que llevaban.

La verdad es que hasta entonces, los pasajeros del vagón, incluidos mi amiga y yo, se encontraban sumidos en las conversaciones de siempre, o en el silencio habitual que caracteriza a los viajeros solitarios. En el momento en que esta familia subió, algo se rompe en la atmósfera: el vagón queda en silencio. Solo se oía el traqueteo del andar de la formación y voces provenientes de otros vagones y de los recién llegados. La familia en cuestión seguía charlando sin advertir lo que sucedía alrededor. Era algo sobre algún programa de televisión. No recuerdo bien. El aire se podía cortar con un cuchillo.

En ese lapso, pude estudiar a los otros pasajeros que iban en el vagón. Casi todos ellos eran presumiblemente de clase media en todos sus matices. Había otros estudiantes en el vagón, la mayoría supongo que eran de Ciencias Económicas (mi compañera y yo somo estudiantes de Economía) o de Medicina, dado que muchos se habían subido con nosotros. Había también trabajadores, asumo que una gran proporción de ellos oficinistas, visto el atuendo que portaban. Algunos observaban con un asco inconfundible, otros lo hacían con miedo. Estaban quienes fingían indiferencia y miraban de reojo. Sospecho, y esto es sólo una sospecha porque no tengo más que la lectura de sus miradas y cierta experiencia personal al respecto, que la gran mayoría de ellos no entendía nada. Al menos nada estaba pasando por sus mentes más allá de lo que sus rostros reflejaban.

Se había generado un cortocircuito en ese vagón. Había algo en un lugar en el que aparentemente se suponía que no debía estar. Se respiraba incomodidad. La Línea D de subte pasa por algunos de los barrios de mayor poder adquisitivo medio de la ciudad. A muchos de sus habitantes la realidad de esta familia, como la de muchas otras en su misma situación, les es ajena. Posiblemente les resulte incompresible sin ponerse a pensar un buen rato. Ser más "inteligente" no ayuda en este caso. No quiero decir con esto que la población de, digamos, Belgrano sea más "insensible". De hecho muchos prejuicios se dan en sectores sociales con ingresos medios menores a los de dicho barrio. Simplemente infiero que, de alguna manera, los pasajeros parecían mostrar con sus gestos que esta familia desentonaba con el paisaje.

Evidentemente, este era casi con seguridad el caso de al menos uno de los pasajeros. En un momento, quien yo asumo era la jefa de la familia se dirige a un hombre de unos treinta y tantos años para preguntarle la hora. Si bien la manera en la que la señora se dirigió al caballero que estaba de pie muy cerca de su grupo familiar -nosotros también lo estábamos- fue, cuando menos, algo áspera, la reacción del individuo fue lisa y llanamente maleducada. Le respondió cualquier hora, sin mirar el reloj y de pésima manera. La reacción de la mujer fue de sorpresa, lo que se vio en su cara. Y espero que de cierta indignación, aunque se quedó callada luego de un "gracias" un poco más suavizado, pero sólo un poco. Después de unos segundos de silencio continuó su conversación anterior. Esta expresión de sorpresa nos dice que ella no esperaba tal respuesta, posiblemente porque de cierta manera creyó que estaba siendo amable en su modo de preguntar. Entiendo que existe la posibilidad de que no conociera formas muy distintas de expresarse, y que definitivamente no tenía ninguna animosidad contra el destinatario de su pregunta. Evidentemente este hombre, dada su manera de responder, no entendía nada de esto. Y sólo eso es lo que quiero decir. Realmente no creo que fuera un "hombre malo". No podría afirmarlo de ninguna manera. Posiblemente tuviera miedo de que le robaran o algo así, pero el peligro no era para nada evidente.

La imagen mediática que se da desde hace décadas a temas sensibles para la opinión pública como la inseguridad (no quiero decir que la seguridad no haya aumentado, pero sí que su tratamiento de parte de los medios masivos no es honesto), la pobreza, o las manifestaciones callejeras (casi todas ellas), entre otros, es tan perversa que logra que los más sometidos a los vaivenes de la economía y la política, (asalariados de muchos tipos, cuentapropistas, estudiantes de casi todo tipo, desocupados, etc.) guarden rencores infundados entre ellos. Incluso lo que nos pueden enseñar en nuestros hogares desde chiquitos, si la escuela no pone las cosas en su lugar -porque no quiere o porque no puede-, puede llevar a reproducir esta situación de rechazo. La mayoría de estos prejuicios surgen de la incomprensión. Incomprensión que pareciera ser fomentada por sectores de poder concentrado, tanto político como económico. Los gobiernos, en vez de ayudar, juegan para el contrario. Mientras, el tejido social se resquebraja y nosotros aquí, ellos allá y los otros más allá. Mientras, los de abajo siguen tan abajo como siempre y cada vez más abajo. La exclusión es una de las raíces de todos los males.

Una madre con sus hijos se baja en Palermo, posiblemente para tomar el tren, dejando un pedazo de manzana mordida en el suelo del vagón, la frase "No me quiero perder el Bailando" flotando en el aire y algunas dudas en la cabeza de dos jóvenes estudiantes de economía.

Nota:
Luego de haber utilizado el término tensión sociológica he descubierto que éste está en uso en la jerga sociológica (strain theory). Quiero aclarar que no quise hacer uso aquí de él en la manera en que lo usan los sociólogos. Para ver de qué se trata, acá está el artículo correspondiente en Wikipedia: http://en.wikipedia.org/wiki/Strain_theory_(sociology)

1 comentario:

Patricio Iglesias dijo...

Hola Marco:
Veo que esta noche quisiste dejar de pensar un poco en los problemas kawamúricos. ¡Ja, ja!
No sabía que tenías un sitio. Estoy de acuerdo con lo que decís. Una visión muy clara: la gente no se da cuenta de que los excluídos pueden tener esas actitudes por falta de educación y no por mala intención.
¿Llegamos al 4? Me hiciste perder las esperanzas. ¡Ja, ja, ja!
Suerte

Patricio Iglesias