jueves, 17 de febrero de 2011

Final anunciado

A las 6:10 de la madrugada del domingo llegué a la conclusión de que algo te pasaba. La noche anterior, después de que él saliera a jugar al póker con sus amigos, había estado hablando por teléfono con vos. O eso me hubiera gustado. Estabas distante y esquiva aunque no podía decir que se debiera a ese humor de perros, tan característico. De hecho, sabiendo lo que ahora sé hubiera dado mi vida porque se tratara de una de tus rabietas habituales. Pero entonces no tenía más que la sensación de algo raro.

Ese sábado lo habías pasado, como de costumbre, con el amor de tu vida. "Mi Sol", lo llamabas cuando te dirigías a él. Y así como los antiguos egipcios veneraban a Ra, vos idolatrabas a tu propio dios. Sin embargo, como toda deidad que se precie de tal, vos para él no eras más que su súbdita, su vasalla, y como eso te trataba: bien cuando todo era de acuerdo a su voluntad; mal cuando se lo negabas en tu derecho, o simplemente cuando se le cantaba el orto. Dabas todo por él (cocinabas, planchabas, limpiabas, etc.), y sin embargo solamente recibías huesos pelados. Entonces, como toda deidad, era también falso.

Aquella misma mañana, después de acompañarte ver esa película que tanto querías, pensó que tenía derecho a una "compensación". No te sentías bien, te dolía la cabeza. Pero él gritó, estalló en furia y prepotencia. "Ingrata puta de mierda", oyeron los vecinos, indiferentes (e inmediatamente fuiste la "ligerita" del edificio). Esta vez no sólo te pegó (ahora sé porqué te engripabas tan seguido), sino que tomó por suyo tu cuerpo e hizo su voluntad que no era la tuya. Lloraste.

No hubo príncipe azul.

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El domingo te pidieron perdón. Siempre lo hacía luego de aquellos ratos en los que abandonaba su disfraz de distinguido caballero occidental y cristiano para mostrar su auténtico rostro de repugnante bestia; facetas que, dicho sea de paso, pueden no resultar nada contradictorias si son bien analizadas. La cuestión es que dijo que te amaba, que nunca quiso hacerte daño, que eras su mujer y solamentete pedía que lo entendieras. Que últimamente le estabas dando más bola "a ese intelectualoide amigo tuyo" (that would be me) que a él. Mentira: hace años que nos juntamos en el mismo café, a la misma hora, dos veces al mes para hablar las mismas boludeces. Y no sé porqué doy tantas explicaciones.

Esa vez no le creíste. No sentiste la culpa que siempre te hizo sentir. Viste que él y sólo él era el victimario.

El lunes tomaste el valor que necesitabas: nadie nunca te había enseñado a rebelarte contra el opresor. Más bien al contrario, te habían dicho que la clave del éxito era su éxito. Aun así te diste cuenta del abismo en el que estabas cayendo desde hacía tiempo. Fue por eso que fuiste a la comisaría a radicar una denuncia, que un agente, muy gentil, asentó. Pero bueno. Si la Justicia argentina no fuera lenta entonces no sería argentina dicen por ahí. Yo no lo veo así. Aunque sí es lenta. Y parece más lenta cuando hay dinosaurios (y no lo digo por lo viejo de sus cuerpos sino por lo arcaico de sus ideas), tanto machos como hembras, en todos los estratos del Estado, que no entienden como las mujeres pueden tener, no los mismos derechos que los hombres (eso sería sedición ya), pero más derechos que en la Edad Media. Tendrían que haberte protegido.

Si hubieras acudido a mí... Estoy seguro de que no querías ver ningún hombre. No puedo creer que no me haya dado cuenta. Nunca tuve la oportunidad de demostrarte que no somos todos iguales. Poco importa eso ahora.

Volviste a tu casa pensando que estabas a resguardo de alguna manera. Sabías que él estaba trabajando ("rompiéndose el culo para mantenerte", en sus palabras) y aprovechaste para llevarte algunas cosas. Acto seguido te fuiste a lo de tu hermana y le contaste todo por lo que estabas pasando. Esta conversación me la contaría unos días después. Ella sospechaba de él desde hacía tiempo ya, y sin embargo nada había podido hacer cuando lo defendías ciega. A su lado lamentaste la vida de mierda que te había tocado, aunque con la esperanza de que, de alguna manera, la felicidad tuviera que estar en algún lado.

Tan fuerte eras.

Inevitablemente, él se enteró de todo cuando llegó a la casa y vio que te habías llevado tus pertenencias más queridas. Se imaginó dónde estabas y hacia allí se dirigió sin preocuparse por llevar su máscara. Tu hermana había salido unos minutos a comprar víveres.

"Si no sos mía, no sos de nadie".

Se ensañó. No tuviste oportunidad.

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La investigación reveló algunas cosas y avanza, pero ahora yo sólo puedo hablar con una lápida.

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